Comprendió la razón por la cual
ya había perdido,
sentía, leve, una gota de alivio;
caía la tarde miope.
Fueron pasos secos
llevándolo hasta el destino que, inexperto,
lo esperaba.
Las sensaciones eran a sólo cadenas,
murciélagos blancos, un mar de piedra.
Lo vio siempre sin cerrar los ojos:
su piel cuarteada deshaciéndose con el
tiempo. Es culpable como todos y lo sabe.
La noche parecía un sin fin de lunares
blancos en un paño azul.
Emiliano D
miércoles, 16 de abril de 2008
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