miércoles, 4 de junio de 2008

Mamuts


-Hay que hacer parar la lluvia.

Dijo una Mamut con cara joven y ubres en alto, nos miramos largo y tendido, midiéndonos en estrategia, pasó su mano por el agujero, deslizó aquel dedo rosa por su cuello largo, y lanzó un beso violáceo adornado con perfume importado. Porque se perfumaban para él. La Mamut más aceptable del momento levantó una uña que se arrancó del pie y la lluvia cesó, la felicité con una sonrisa maricona, ella me mostró unos cuantos billetes colgando de la tanga que se había puesto por si él la elegía. Aunque todos sabemos que él sólo elige a la de más poder adquisitivo todas esperaban morir en paz, con su matraca lo más cerca de la boca. Había Mamuts de todo tipo: negras villeras, rubias ricachonas, embarazadas, calientes, frígidas, desatendidas, malolientes, enfermas… un acto democrático. Acá todas entraban por la misma enfermedad mental. Levanté la vista, en los techos los franco tiradores estaban apostados, el sol se iba, la luna aparecía como una postal de queso crema en medio de las estrellas diamante. Vuelvo a preguntarme porque estoy en un lugar tan raro. ¿Será realmente una sociedad secreta para realizar un golpe de estado? Porque la viejillas son peor que la guerrilla en la selva, un bombardeo con aviones de manteca y plastilina. Cuando fue la guerra nos llenaron de esas bombas de latex que te pegaban la boca y el culo y no comías ni podías ir a defecar. Fue una epidemia. Murieron millones de negros de la provincia y eso sirvió para limpiar un poco la cosa; todavía me acuerdo cuando con aquella piel negra: olorosa y sobre todo barata, se empezaron a hacer las primeras camperas, encima la piel de los negros era impermeable lo que otorgó una ventaja a nuestra producción. El país se convirtió en una potencia en la producción de piel de negros villeros. Después vinieron los zapatos, las hojotas con los huesos de los negritos raquíticos. La guerra la ganaron los negros. El ejército tuvo la idea brillante de poner a las mujeres negras embarazadas al frente, las balas rebotan y vuelven al enemigo con más fuerza: tiene la piel dura como el acero. La batalla de Florencia Varela fue decisiva para que los negros hicieran algo con su vida de patas descalzas y dientes ausentes, después de eso pasaron a ser esclavos con ciertas libertades: por ejemplo comer todos los días.

domingo, 1 de junio de 2008

De risas y escafandras...

El novio de esta chica estaba tirado en el piso con el culo ensangrentado y una sonrisa de piano. Ya está, se pasó al bando de los que se viven garchando entre ellos: son misóginos. Odian los agujeros femeninos. Ella lloraba compungida, le acaricié la espalda y bajé hasta el culito de cereza, la noté relajada, como si lo nuestro fuera algo cotidiano. Levantó la vista y me escupió, luego paso su lengua chupándome todo la cara. Nos tapamos un poco más, volaban botellas, soretes, mocos, uñas, y en el piso había ya treinta centímetros de jugo humano. Vi hundir una cabeza en la marea amarilla, luego partida por un cascotazo en la cabeza: uno de los ojos fue justo hasta la remera de la niña que ahora tenía los dientes entretenidos con mi pirulín. La manchó de sangre pero por suerte no lo notó. La di vuelta rápidamente dejando su pollerita rosa de bincha, hablaba de la revolución permanente y yo le contaba acerca del movimiento que tenía entre las piernas, bailábamos entre nuestras manos hasta que el eclipse arruinó el festejo. Entraron unos negritos que el partido tenía encerrados para que les hicieran banderas y pancartas, negritos de las provincias: sin dientes y en bolas, y como eran negritos que comían poco y trabajaban mucho empezaron a tirárselos por la cabeza. Pude esquivar el que venía por delante, la sangre fue una lluvia, cayeron gusanos y cantidades exorbitantes de negros, cuando volví para mirarla a ella, la más linda, tenía el cuerpo destrozado: un negrito la partió en dos. Le dio de lleno entre las dos tetitas. Dejé el fiambre joven y hermoso con una gran dosis de pena mientras esquivaba unos cuantos puntos negros voladores. Era el momento de la fuga.